miércoles, 23 de marzo de 2011

En memoria de Jorge y Javier, a un año y 4 días.

Hace poco más de un año, en los primeros minutos del viernes 19 de marzo de 2010, hubo una balacera en las calles Luis Elizondo esquina con Garza Sada, enfrente de una de las puertas principales del Tec de Monterrey; aquella era la víspera del CENEVAL, el examen en el que casi todo estudiante a punto de graduarse ve 4 años y medio de estudios o más, en cuestión de pocas horas. Aquella noche todavía era parte de uno de los periodos de desveladas intensas y alto consumo de cafeína (en modalidad de café, coca-cola o energy drink) tan normales en la comunidad Tec, afuera restaurantes, bares y antros estaban abiertos y con clientela pues apenas serían cerca de las 00:40 horas.
Recuerdo que aquella noche, aunque pretendía quedarme hasta más tarde, el fastidio de permanecer en el Tec me venció y decidí irme a estudiar a Buenos Aires 200, en donde estaba viviendo por la temporada, a escasas tres cuadras de Luis Elizondo esquina con Garza Sada. En el camino me encontré con varios conocidos con los cuales compartí un saludo algo cansado.
En cuanto llegué a casa, lo primero que hice fue dejar la mochila en una silla, abrir la libreta e ir por un vaso con agua. Apenas estaba volviendo a la mesa en la cual estaba la libreta, con el vaso lleno de agua, cuando un sonido parecido a el estallido de cohetes de feria, aunque muchísimo más intenso, hizo pedazos el silencio de la noche. El martilleo de las balas, duraría sus buenas 2 horas, a ratos creciente, otros decreciente o con incómodos silencios. Como a las 3 a.m. me fui a dormir.
Al día siguiente, durante el CENEVAL, la balacera fue un tema comentado, todos sabíamos de dos muertos, presuntamente narcos. Alrededor de mediodía hubo un comunicado oficial del Tec, en el cual se aseguraba que ningún miembro de la comunidad había sido dañado; el efecto fue como un viento barredor de nubes y los pensamientos sobre la balacera dieron paso a otros más placenteros sobre la clásica celebración post examen. El incidente era ahora una anécdota para recordar alguna vez.
Sin embargo, otro comunicado la tarde del día siguiente, sábado, y el encabezado de los periódicos la mañana del domingo, reventaron la cómoda burbuja. Jorge y Javier, ambos brillantes estudiantes becados de postgrado (uno en maestría, el otro en doctorado), habían muerto en medio del fuego cruzado, los dos volvían a sus departamentos, luego de un largo día de trabajo. El incidente era ahora una dolorosa herida para no olvidar. El santuario que era el ITESM había sido profanado.
Aquella semana fue una de luto, no podíamos creer el suceso. Después de todo, era el ITESM, una de las universidades con más prestigio en México y quizás en América Latina, la punta de lanza del desarrollo de nuestro país, todo era tan perfecto, ¿cómo podía ocurrir algo así?
El rector tomó la responsabilidad, hubo marcha, homenaje, nada volvió a ser igual. Por el resto del semestre, el Tec, el campus que nunca duerme (excepto, quizás, en las dos primeras semanas de cada semestre), se volvió casi fantasma a partir de las 10 p.m.; los pasillos, antes tan iluminados, se volvieron oscuros; los puestos de tacos, antes tan activos, cerraron; la puerta de Luis Elizondo y Garza Sada fue clausurada. Para el siguiente semestre, se blindó todavía más la universidad, se impusieron horarios nocturos, nuevas credenciales, recomendaciones. Se perdió la inocencia y nos abrió los ojos a la dolorosa realidad de la guerra contra el narco en nuestro país. Guerra causada, entre otras cosas, por las injusticias sociales presentes en nuestra sociedad.
Ahora, con los ojos abiertos, ya no podemos quedarnos mirando a la tierra como si nada hubiera pasado, mucho menos esconder la cabeza en ella, como las avestruces; no queda sino batirnos, tenemos la responsabilidad de luchar por volver a México, una sociedad de paz, de buscar la justicia social. Por Jorge y Javier, por la sangre derramada a lo largo de estos años, por nuestro México y todo lo que representa.
Que Dios sea quien nos guíe. Amén.

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